La Chingolera
Cada uno de los cinco integrantes de esta familia de músicos brilla con luz propia, y cuando se juntan deslumbran en “La Chingolera”, banda de variadísimo repertorio que va del rock al jazz, pasando por el folclore y los ritmos latinos.
La génesis de esta familia justifica el lugar común: Los Casalla llevan la música en la sangre. El bajista, cantante, compositor y exponente de los inicios del rock nacional, Carlitos Casalla (47) es el hijo del reconocido historietista y percusionista Carlos “Chingolo” Casalla (81). Eduardo (60 largos), uno de los bateristas más brillantes del jazz argentino, es hermano de Chingolo y tuvo hace 35 años un hijo al que bautizó Javier, hoy virtuoso violinista de la banda “Bajofondo Tango Club”. Javier se enamoró de una pianista con la que tuvo a Joaquín (13), que toca “la bata” y hace música electrónica.
Los Casalla llegaron a Patagonia desde Buenos Aires como imantados. El pionero fue Chingolo, que se aventuró a mediados de los cincuenta y pronto fue reconocido por sus historietas, sobre todo la que tiene como protagonista al Cabo Savino, que todavía hoy es publicada en el diario Río Negro.
“¿Sobre los inicios? Ya nuestro abuelo era un aficionado de la música”, explican a dúo los primos Casalla, que se “conocieron” de grandes y a través de los instrumentos musicales. Cuando Carlitos llegó a Bariloche tenía ocho años y a los veintiuno ya era rockero consagrado, tocaba con Miguel Cantilo, “Pedro y Pablo” en plena época de Malvinas y más tarde con los Malosetti; luego con Liliana Herrero, entre otros grandes del folclore. Así, pasó del rock al jazz, jazz latino y folclore hasta llegar a la rumba flamenca, género que despunta actualmente con su banda “Gipsy Soul”. En tanto, Javier estudiaba violín en Buenos Aires, con una formación exhaustivamente clásica junto a grandes maestros como el yugoslavo Jerko Spiller. A los catorce, entró en la Orquesta Juvenil de Radio Nacional, pero ya desde entonces empezaba a sentir el rock y también el folclore, por lo que formó “El Combo del Santiamén”, grupo a través del cual sería más tarde “descubierto” por Gustavo Santaolalla.
A partir de los ´90, Javier se reencontró con su primo en Bariloche y formaron “Power Trío”, a puro rock con Pablo Juni, que ya reivindicaba sus raíces patagónicas pasando por varios nombres como “Trío Saquito”, “Trucha, ciervo y jabalí” o los “Boys´n Berrys” (juego de palabras con el nombre de la fruta fina regional, boysenberry).