Walter Bordoni

Preguntaría: ese tipo que está acá sentado contando sus tristes tristesías y sus pequeñas grandes contenturas ¿será el mismo que iba a la escuela por la calle Guayabo pateando manso o rajando a toda velocidad después de tocarle el timbre al gallego de la carnicería todos los días religiosamente? ¿Y el mismo pendejo aquel que bufaba cuando le hacían cortar el pelo y escuchar a Canaro en Radio Artigas?. ¿O el otro muchachito que, en plena era de la música disco, quedaba quietito en un rincón de la pista esperando oír aunque más no sea, una fugaz distorsión, un riff cortante y furioso saliendo de una Fender Stratocaster prendiéndose fuego un par de segundos? Cuarenta años después a él también ya le pesa en los hombros la profecía del Mago, blanca la testa, viejo el corazón. De a ratos, pese a todo y quizás de puro cabeza dura, trata, con éxito variado, de apartarse de la manada que compite en una carrera detrás de cosas que no tiene el más mínimo valor. La cuestión es que el pinta vuelve a subir al escenario, toma con seguridad fingida el micrófono y procede minuciosamente a mirarse el ombligo de los recuerdos y los sueños. ¿ A alguien le interesará?. Andá a saber.